Los Sofistas
Los Sofistas
Al
hablar de los primeros filósofos griegos -Tales, Heráclito, Parménides, Zenón
pudo observarse que estos pensadores se ocupaban en lo fundamental con el
problema de determinar cuál es la realidad de las cosas, que se ocupaban sobre
todo por los problemas relativos a la "naturaleza" o al
"mundo", y no propiamente por el hombre como tal; por ello suele
denominarse cosmológico ese primer período de la filosofía griega
durante el cual predominan los problemas relativos al "cosmos" (κοσμος) -siglo VI y primera
mitad del V. Pero con el avance del siglo V toman mayor relieve las cuestiones referentes
al hombre, a su conducta y al Estado: así se habla de un período antropológico,
que abarca la segunda mitad del siglo V, y cuyas figuras principales son
los sofistas y Sócrates.
Según
se dijo, la participación de los ciudadanos en el gobierno llega en esta época
a su máximo desarrollo; cada vez interviene mayor número de gente en las
asambleas y en los tribunales, tareas que hasta entonces habían estado
reservadas, de hecho, si no de derecho, a la aristocracia. Pero ahora el número de intervinientes crece cada vez
más, y recién llegados a la política, por así decirlo, sienten la necesidad de
prepararse, por lo menos en alguna medida, para la nueva tarea que se les ofrece,
desean adquirir los instrumentos necesarios para que su actuación en público
sea eficaz. Por tanto, buscan, por una parte, información, una especie de
barniz de cultura general que los capacite para enfrentarse con los problemas
de que ahora tendrán que ocuparse, una especie de "educación
superior". Por otra parte, necesitan también un instrumento con el que
persuadir a quienes los escuchen, un arte que les permita expresarse con
elegancia, y discutir, convencer y ganar en las controversias", el arte de
la retórica u oratoria. Pues bien, los encargados de satisfacer estos
requerimientos de la época son unos personajes que se conocen con el nombre de sofistas.
Hoy
día el término "sofista" tiene exclusivamente sentido peyorativo: se
llama sofista a un discutidor que trata de hacer valer malas razones y no
buenas, y que intenta convencer mediante argumentaciones falaces, engañosas.
Pero en la época a que estamos refiriéndonos, la palabra no tenía este sentido
negativo, sino sólo ocasionalmente. Si queremos traducir "sofista"
por un término que exprese la función social correspondiente a nuestros días,
quizá ló menos alejado sería traducirlo por "profesor", "disertante",
"conferencista". En efecto, los sofistas eran maestros ambulantes que
iban de ciudad en ciudad enseñando, y que -cosa entonces insólita y que a
muchos (entre ellos Platón)
pareció
escandalosa- cobraban por sus lecciones, y en algunos casos sumas elevadas.
En
general no fueron más que meros profesionales de la educación; no se ocuparon
de la investigación, fuese esta científica o filosófica. En tal sentido, su
finalidad era bien limitada: responder a las "necesidades" educativas
de la época. Hoy en día se anuncian conferencias o se publican libros sobre
"qué es el arte", o "qué es la filosofía", o "qué es
la política", cómo aprender inglés en 15 días, cómo mejorar la memoria o
hacerse simpático, tener éxito en los negocios o aumentar el número de amigos.
Los sofistas respondían a exigencias parecidas o equivalentes en su tiempo: Hipias (nac. por el 480,
contemporáneo,
un poco más joven, de Protágoras),
por ejemplo, se hizo famoso por enseñar la
memotecnia, el arte de la memoria. En general, los sofistas se consideraban
a
sí mismos maestros de "virtud" (αρετη [arete]), es
decir, lo que hoy llamaríamos el desarrollo de las capacidades de cada cual, de
su "cultura"; y se proponían enseñar "cómo manejar los asuntos
privados lo mismo que los de la ciudad".
La
mayor parte de los sofistas no fueron más que simples preceptores o profesores;
hubo algunos, sin embargo, que alcanzaron verdadera jerarquía de filósofos:
sobre todo dos, Protágoras y Gorgias.
De
los escritos de Protágoras (480-410 a.C.) sólo quedan fragmentos, entre
ellos el
pasaje
que cita Platón: "el hombre es la medida de todas las cosas".
Yo
[Protágoras] digo, efectivamente,
que la verdad es tal como he escrito sobre ella, que
cada
uno de nosotros es medida de lo que es [verdadero, bueno, etc.] y de lo que no
es; y que hay una inmensa diferencia entre un individuo y otro, precisamente
porque para uno son y parecen ciertas cosas, para el otro, otras. Y estoy muy
lejos de negar que existan la sabiduría y el hombre sabio, pero llamo
precisamente hombre sabio a quien nos haga parecer y ser cosas buenas, a alguno
de nosotros, por vía de transformación, las que nos parecían y eran cosas
malas.
Con
este principio (llamado homo mensura, "el hombre como
medida"), quedaba eliminada toda validez objetiva, sea en la esfera del
conocimiento, sea en la de la conducta;
todo es relativo al sujeto: una cosa será verdadera, justa, buena o bella
para quien le parezca serlo, y será falsa, injusta, mala o fea para quien no le
parezca (subjetivismo, o relativismo subjetivista;
Gorgias
(483-375
a.C.) fue otro sofista de auténtico nivel filosófico. Su pensamiento lo resumió
en tres principios concatenados entre sí: "1. Nada existe; 2. Si algo
existiese, el hombre no lo podría conocer; 3. Si se lo pudiese conocer, ese
conocimiento sería inexplicable e incomunicable a los demás."
Protágoras
enseñaba
el arte mediante el cual podían volverse buenas las malas razones, y malos los
buenos argumentos, es decir, el arte de discutir con habilidad tanto a favor
como en contra de cualquier tesis, pues respecto de todas las cuestiones hay
siempre dos discursos, uno a favor y otro en contra, y él enseñaba cómo podía
lograrse que el más débil resultase el más fuerte, es decir, que lo venciese
independientemente de su verdad o falsedad, bondad o maldad.
En
este sentido es ilustrativa la siguiente anécdota Protágoras había convenido
con un discípulo que, una vez que éste ganase su primer pleito (a los que los
griegos, y en particular los atenienses, eran muy afectos), debía pagarle los
correspondientes honorarios. Pues bien, Protágoras concluyó de impartirle sus
enseñanzas, pero el discípulo no iniciaba ningún pleito, y por tanto no le
pagaba. Finalmente, Protágoras se
cansó, y amenazó con llevarlo a los tribunales, diciéndole: "Debes
pagarme, porque si vamos a los jueces, pueden ocurrir dos cosas: o tú ganas el
pleito, y entonces deberás pagarme según lo convenido, al ganar tu primer
pleito; o bien gano yo, y en tal caso
deberás
pagarme por haberlo dictaminado así los jueces". Pero el discípulo, que al
parecer había aprendido muy bien el arte de discutir, le contestó: "Te
equivocas. En ninguno de los dos casos te pagaré. Porque si tú ganas el pleito,
no te pagaré de acuerdo con el convenio, consistente en pagarte cuando ganase
el primer pleito; y si lo gano yo, no te pagaré porque la sentencia judicial me
dará la razón a mí".
De
modo que los sofistas con ideas originales fueron de tendencia escéptica o
relativista.
Más
todavía, en cierto sentido podría afirmarse que el relativismo fue el supuesto
común, consciente o no, de la mayor parte de los sofistas, puesto que, en la
medida en que eran profesionales en la enseñanza de la retórica, no les
interesaba tanto la verdad de lo demostrado o afirmado, cuanto más bien la
manera de embellecer los discursos y hacer Era, por tanto, un filósofo
nihilista, según la primera afirmación (nihil, en latín, significa
"nada"); escéptico, según la segunda; relativista, según la tercera.
A pesar de su nihilismo y escepticismo, sin embargo, era uno del sofista: más
cotizados y cobraba muy caras sus lecciones. Triunfar una tesis cualquiera, independientemente
de su valor intrínseco.
Bibliografía: Adolfo Carpio “
Principios en Filosofía” Editorial
Glauco Buenos Aires 1.974.
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