Sócrates 

Nacido en 470; hijo de Sofronisco, escultor, y de Fenareta, partera: de quien decía que había
aprendido el arte de obstétrico de pensamientos. Abandonado el arte de su padre, se entregó de lleno a la misión de despertar y educar las conciencias. Siempre en medio de los jóvenes, siempre en discusiones, especialmente con los sofistas, nada escribió: "pues la escritura, similar en esto, la pintura, tiene de grave lo siguiente:  están presentes ante ti como personas vivas; pero, si los interrogas, callan majestuosamente, y así sucede con los discursos escritos". Por eso su pensamiento tiene que ser reconstruido sobre los testimonios (no siempre concordantes) de JENOFONTE (especialmente en las Memorables o Recuerdos de Sócrates), de PLATÓN, que erigió al maestro un monumento imperecedero en sus diálogos, y de ARISTÓTELES.
En el 399, su actividad y su vida fueron tronchadas por la condena a muerte, por la acusación de los jóvenes en contra de la religión y las leyes patrias.

Breve fragmento de la Apología a Sócrates
La misión de la filosofía. — Si aún me dijeseis: ¡oh Sócrates!, no consentimos en lo que quiere Anito, y te dejamos en libertad, pero con la condición de que no emplees más tu tiempo en hacer esas investigaciones y que no filosofes más; de lo contrario, si te sorprendemos nuevamente, morirás; si, como digo, me dejaseis en libertad, pero de acuerdo a ese pacto, yo os diría: mis queridos atenienses, os saludo, pero obedeceré más bien a Dios, que no a vosotros, y hasta que yo tenga aliento y fuerzas, no dejaré de filosofar y de haceros advertencias y daros consejos, a vosotros y a quien se llegue hasta mí, diciéndole como me es habitual ya: ¡Oh, hombre óptimo!. . . ¿no te da vergüenza de preocuparte de tus riquezas con el fin de que se multipliquen hasta lo que sea posible, y de la reputación y el honor, y no cuidar y tener solicitud de la sabiduría, de la verdad y del alma, con el objeto de que llegue a ser tan buena como es posible? Y si alguno de vosotros me responde que él se preocupa de ello, no lo dejaré enseguida; no lo abandonaré, sino que lo interrogaré, lo examinaré y escrutaré. Y si me parece que no posee la virtud, aunque él lo afirma, lo reprenderé, pues considera vil lo que es valiosísimo y le atribuye valor a lo que es sumamente vil. Y esto lo hago con jóvenes y viejos, y en cualquier parte que me encuentre, con forasteros y ciudadanos. . .
Pues, sabedlo, esto me lo ordena Dios; yo creo que la ciudad no tiene ningún bien mayor que este servicio que yo presto al Dios, este mi constante andar acá y allá no haciendo otra cosa sino confortaros, a jóvenes y a viejos, a no preocuparse por el cuerpo ni por la riqueza, ni antes ni con mayor celo que el que tenéis para el alma, para que ella mejore en lo posible; diciendo que a los ciudadanos y a la cuídala virtud no proviene de la riqueza, pero sí la riqueza y todo otro bien de la virtud. Y agregaré: atenienses. . . aunque me absolváis o no me absolváis, yo no haré otra cosa distinta, ni aun en el caso de
que tuviese que morir muchas veces (PLATON, Apología, XVII, 29-30).

Por este su concepto de la filosofía y de la enseñanza como misión sagrada, que debe ser
cumplida aun al precio de la vida, Sócrates se opone a los sofistas, pan quienes la actividad educativa es un arte y una función utilitaria o profesional. Así, pues, aunque alejándose de los filósofos naturalistas por el objeto de la investigación, Sócrates retorna a su tradición, en lo que se refiere al valor religioso atribuido al culto de la ciencia, considerado como iniciación a cosas sagradas y purificación espiritual.
El conocimiento interior 
Conócete a ti mismo. — Dime, Eutidemo, ¿has estado alguna vez en Delfos? —En dos ocasiones—. ¿Has notado, en no sé qué parte del templo, la inscripción: conócete
a ti mismo? —Yo sí. —Ahora bien, ¿no has prestado ninguna atención a esa inscripción, o bien la has grabado en tu mente y te has vuelto hacia ti mismo para examinar lo que eres? . . . —En verdad, no me eh preocupado en absoluto, pues creía saberlo perfectamente, y apenas si podría conocer otra cosa, si no me conociera a mí mismo—. Pero de estos dos, ¿quién te parece que se conoce a sí mismo: el que sólo sabe su propio nombre, o aquél que se ha examinado como examina a un caballo quien desea comprarlo..., o sea que se ha examinado en qué condiciones se halla con respecto al oficio al que está destinado el hombre, ¿y que ha conocido sus propias fuerzas? (JENOFONTE, Memoraba., IV, 2). La vida sin examen es indigna de un hombre (PLAT., Apol., XXVIII).
El conocimiento, condición de sabiduría y de virtud
No (podría) consentir nunca que un hombre, que no tiene conocimiento de sí mismo, pudiera ser sabio. Pues hasta llegaría a afirmar que precisamente en esto consiste la sabiduría, en el conocerse a sí mismo, y estoy conforme con aquél que en Delfos escribió la famosa frase (PLAT., Carmides, 164).
¿Qué, pues? ¿Podremos saber nunca cuál es el arte que convierte a cada uno en mejor, mientras ignoremos qué es lo que somos nosotros mismos? —Imposible—. . . Entonces, hasta que no nos conozcamos a nosotros mismos y no seamos sabios, ¿podremos saber jamás qué es lo bueno que nos pertenece y qué lo malo? (PLAT., Alcib. prim., 128 y 133).

El método de la introspección

¿Es, acaso, cosa fácil conocerse a sí mismo, y fue hombre de poco valor quien escribió este precepto sobre el templo de Apolo, o bien es cosa difícil y no accesible a todos? Vamos, ¡ánimo!, ¿de qué manera podría descubrirse este sí mismo?  ¿Qué es el hombre? — No sé decirlo. —Pero tú sabes decir que es aquél que se sirve de su cuerpo. —Sí—. ¿Y quién se sirve del cuerpo, sino el alma?  Conocer el alma, pues, nos ordena, quien nos ordena: conócete a ti mismo. —Así parece—.
Ahora bien, ¿cómo podremos conocerla del modo más claro? . . . Procura tú también. Si (la inscripción de Delfos) hubiese dicho al ojo, como a un hombre, para aconsejarlo: mírate a ti mismo, ¿cómo y a qué crees que lo exhortara? ¿Quizás a mirar aquello, mirando a lo cual, el ojo podría verse así mismo? . . . Evidentemente, pues, a mirarse en un espejo o cosa semejante. —Justamente—. Ahora bien, ¿no hay también algo semejante en (otro) ojo, en el cual nosotros podamos mirar? —
Ciertamente—. Un ojo, pues, si quiere verse a sí mismo, es preciso que mire en un ojo, primero en aquella parte del ojo, en la que reside la virtud del ojo que, precisamente, es la vista. . . Ahora bien, también el alma, si quiere conocerse a sí misma, ¿no necesita, quizá, que mire en un alma, y sobre todo en aquella parte de ella en la que reside la virtud del alma, la sabiduría? Y quien mire en ella y conozca todo su ser divino, podrá conocerse a sí mismo, sobre todo, de esta manera (PLAT., Alcib. primero, 1,129, 130, 132-3).
Tiende aquí hacia el método indirecto de la autoobservación, que te encuentra más; "de la misma manera que cuando queremos ver nuestro propio rostro, lo vemos mirando en un espejo, así cuando queremos conocernos a nosotros mismos, no podremos conocer mirando en el amigo, porque el amigo es, por decirlo así, un otro yo" (c., 15, 1213).
La docta ignorancia
Querefonte (vosotros lo conocéis) . . . habiendo ido en una ocasión a Delfos, osó interrogar al oráculo. . . sí había alguien más sabio que yo. Respondió la Pitia: ninguno. . . Entonces, oyendo tales palabras, pensé: ¿Qué es lo que dice el Dios? ¿Qué se oculta en sus palabras?; porque yo no tengo conciencia, ni mucha ni poca, de ser sabio. ¿Qué dice, entonces, afirmando que soy sapientísimo? Y durante mucho tiempo permanecí dudando de lo que Él quisiese decir. Después, fatigosamente, comencé a investigar de la manera siguiente. Fui a visitar a uno de aquellos que parecen sabios, y me dije a mí mismo: Ahora, desmentiré el vaticinio, y demostraré al oráculo que éste es más sabio que yo: y tú en cambio, dijiste que soy yo (más sabio). Y he aquí lo que me sucedió. Habiéndome puesto a conversar con él, me pareció que este hombre, aunque bien parecía sabio a muchos otros hombres, y especialmente a él mismo, pero que en realidad no lo era. Y traté de demostrárselo: tú crees ser sabio, pero no lo eres. . .
Habiéndome ido, comencé a razonar, y me dije así: yo soy más sabio que este hombre, pues, por lo que me parece, ninguno de nosotros dos sabe nada bueno ni bello, pero éste cree saber, y no sabe; yo no sé, pero tampoco creo saber. Y parece que por esta pequeñez soy más sabio yo, pues no creo saber lo que no sé (PLATÓN, Apol., V-VI).
El conocimiento de la propia ignorancia no es, para Sócrates, la conclusión del filosofar, sino su momento inicial Y preparatorio. Para dar este conocimiento, emplea, justamente, la refutación, que purga y libera el espíritu de los errores: después de lo cual el espíritu se encuentra dispuesto a engendrar la verdad, estimulado por la mayéutica.  
EL MÉTODO SOCRÁTICO
Doble aspecto de la ironía: la refutación y la mayéutica
1. Motivos del doble procedimiento. — Y me sucedió que, buscando a los mayormente reputados, me pareció que eran menos sabios que los otros, y aquellos que lo parecían poco, eran más sabios (PLATÓN, Apol. VII).
2. La refutación: a) su característica. — He ahí, ¡por Hércules!, la acostumbrada ironía de
Sócrates. Y yo bien sabía esto, y se lo predije a ellos, que tú no habrías querido responder, sino que te habrías servido de la ironía, y si alguien te interrogara lo habrías hecho todo, menos responder. . . Sí, sí, lo creo. . . (vosotros hacéis) de manera que Sócrates obre como le es habitual: de no responder él mismo, y en cambio, cuando otro responde, tomar su discurso y refutarlo. . . He aquí la sabiduría de Sócrates (PLAT., Republ., lib. I, XI-XII,337-38).
b) su función de liberación del espíritu. — A algunos.. les parece que se debe considerar que toda ignorancia es involuntaria, y que nadie quisiera aprender nunca aquello en lo cual se creyera ya sabio, y (por eso) la forma de educación admonitoria obtendría muy poco provecho con mucha fatiga.
—Esta es una opinión justa—.
Así, cuando alguien cree decir algo bueno sobre un argumento cualquiera, y no dice nada, ellos lo interrogan sobre eso; después, estas opiniones. . . uniéndolas con razonamientos, las colocan las unas junto a las otras y reuniéndolas de esta manera, demuestran que están en contradicción consigo mismo, sobre el mismo argumento, bajo la misma referencia y en el mismo sentido. . Y aquellos, observando esto, se irritan consigo mismos y se hacen afables con los otros, y de esta manera se liberan de grandes y duras opiniones, por aquella liberación. . . que es la más segura para quien la experimenta. Pues, hijo mío, los que los purgan, piensan como están habituados a pensar los médicos del cuerpo, los cuales no
creen que éste pueda beneficiarse de los alimentos que ingiere, si antes no ha expelido lo que lo perjudica en su interior. . . Precisamente éstos se han convencido de lo mismo para el alma, es decir, que ésta no podrá beneficiarse con la enseñanza, antes de que otros, refutando y conduciendo al refutado a experimentar vergüenza, deseche las opiniones que le impedían aprender, y lo presente puro y convencido de saber sólo lo que en verdad sabe, y nada más (PLAT., Sofista, 230).
Preparación a la investigación: la duda metódica y su eficacia estimulante

— Antes de conocerte, Sócrates, he oído decir, que tú no haces sino crear dificultades, a ti y a los demás, como consecuencia de sembrar dudas, en ti y en los demás. . . Me recuerdas al magullado pez torpedo; pues, si alguien se le acerca y lo toca, súbitamente lo hace entorpecer. Y siento que, verdaderamente, tú has provocado en mí semejante efecto. . . que realmente se me ha adormecido el alma y el cuerpo y ya no sé más qué responderte. . . —Si el torpedo adormece a los demás porque él mismo es torpe, yo me asemejo a él: si no, no; porque no es que yo tenga la certeza y suscite dudas a los demás; sino que yo, teniendo mayores dudas que los demás, los hago dudar también a ellos. Y volviendo a la virtud, yo no sé lo que es; tal vez lo sabías tú antes de encontrarte conmigo; ahora te has convertido en igual a uno que no sabe.
EL OBJETO DE LA INVESTIGACIÓN = LO UNIVERSAL

1. La desconfianza en la investigación física. — Asombraras de que no se viese claramente que a los hombres les es imposible descifrar problemas semejantes, pues los mismos que más se jactan de saber razonar sobre el asunto no están de acuerdo entre ellos, sino que se conducen los unos con respecto a los otros de la misma manera en que lo hacen los locos. . . Algunos creen que el ser es uno sólo; otros que es una pluralidad infinita; algunos que todo se halla en movimiento perpetuo; otros que nunca se mueve nada; quienes que todo nace y muere; aquellos que nunca nace ni muere nada (JENOF.,Memor., I, 1).
2. La investigación moral. — Razonaba siempre sobre las cosas humanas, indagando qué es la piedad, y qué la impiedad, lo bello, lo feo, lo justo y lo injusto, en qué consiste la sabiduría y en qué la locura; qué es la fortaleza y la vileza; qué es el Estado y qué el hombre de Estado. Y así, de muchas cosas más, de las que juzgaba que quien posee esos conocimientos, es un hombre libre, y el que carece de ellos, se encuentra en estado de esclavitud (Memor., I, 1).
3. Lo universal (esencia) inmanente en las cosas, verdadero objeto de ciencia. — Sócrates no se ocupaba de la naturaleza, y trataba sólo las cosas morales, y en éstas buscaba lo universal y tenía puesto su pensamiento, ante todo, en la definición (ARISTOT. Metaf., I, 6, 987).
Muy razonablemente, él buscaba las esencias (el qué cosa es), pues trataba de razonar, y la esencia de las cosas es el principio de los razonamientos (Metaf., XIII, 4, 1078).
La exigencia de la investigación de lo universal. — Yo iba en busca de una sola virtud, y he aquí que encuentro un enjambre. Y tomando esta imagen del enjambre, si te pregunto: ¿Cuál es la naturaleza de las abejas? me responderás que hay muchas abejas y de múltiple! especies. Pero sí. . . te pregunto después: ¿qué es esto por lo cual las abejas no difieren entre ellas y son todas abejas? . . . E igualmente las virtudes, pues a pesar de que son muchas y de muchas especies, sin embargo, brilla en todas ellas una misma idea, por la cual son virtudes. . . Suponte que alguien te preguntara: ¿qué es la figura? . . . nosotros nos encontramos siempre con muchas cosas, pero yo no deseo esto, pues estas múltiples figuras, aunque contrarias entre ellas, tú. . . dices que todas son figuras; yo quiero saber lo siguiente:
¿qué es lo que tú llamas figuras? ¿No comprendes que yo busco lo que hay de igual en lo redondo y en lo recto, y en todas las demás figuras que tú dices? (PLAT., Men., 72-75).
4. La inducción y la definición. — Dos son las cosas que se pueden atribuir con todo derecho a Sócrates: los razonamientos inductivos y las definiciones de lo universal: y éstas se refieren, las dos, al principio de la ciencia (Metaf., XIII, 4, 1078).
Entonces, la ciencia, para Sócrates, es siempre y únicamente ciencia de lo universal,
permanente: de lo individual mudable, sólo se da opinión. Pero él, tratando de constituir una ciencia de conceptos.  
Bibliografía: Rodolfo Mondolfo “ El Pensamiento Antiguo” Editorial Losada Buenos Aires 1.959  


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